Peligro de extinción

“Estoy morido”. Así decía yo de chico cuando no sabía. Después supe y ya no me equivoqué más: entonces decía “me morí”. Ahí empezaba mi juego preferido: jugaba a estar muerto.
¡Bah! En verdad no empezaba ahí. El juego ya era divertido desde el momento en que yo elegía el lugar donde me iba morir: podía ser en mi propia cama cuando me iban a despertar a la mañana; o al lado de la heladera (que tenía ese poder de matarme por andar abriéndola descalzo); o en el patio de mis primos, mientras adentro todos jugaban a las cartas.
Después tenía que pensar en por qué me iba a morir. A veces aprovechaba los zamarreos de mi hermana, y en uno de los empujones me caía al piso y ya no me levantaba. Otras veces me hacía el muerto cuando tardaban mucho en venir a limpiarme la cola al baño; hasta que por fin alguien entraba a rescatarme de “este olor que mata” y me encontraba despatarrado en el inodoro, con medio cuerpo afuera y medio adentro.
 


Así comienza el cuento que le da nombre al libro. El libro en sí viene en una edición especial y limitada, de tamaño practiquísimo para que lleves en el bolsillo y, además de leerlo, puedas usarlo como apoya pava, abanico en el subte o visera en partidos de tenis.