ARÍSTIDES, EL ESQUELETO CON LOMBRICES
Arístides Lacúspide fue delgado de pequeño y, con el tiempo, lo fue más.
Era tan pero tan flaco que en
días soleados tenía que pasar dos veces para hacerse sombra. Tan finito que algunos lo confundían con una
radiografía. En la escuela lo usaban de modelo para estudiar los órganos del
cuerpo humano: lo ponían a contraluz y él se transparentaba. A veces, incluso,
se olvidaban de que era una persona de carne además de hueso, lo confundían con
el esqueleto del colegio y lo guardaban en la biblioteca con los mapas.
FERMÍN, EL DRÁCULA
Fermín es un tipo común
salvo por su intolerancia al sol. De chico era tan blanco que su madre le ponía protector solar hasta para dormir. Y aunque le hubiera
gustado jugar bien al fútbol, nunca le fue posible porque los rayos del sol lo
encandilaban y no veía la pelota
ni a dos metros de distancia. Así fue cómo se comió aquel pelotazo que le dio
de lleno en la boca y le dejó los dientes a la miseria.
ROBERTO, LA
MOMIA
Roberto
Miranda ama su trabajo de momia. Dice que es el único empleo del mundo en el que dormir un rato es parte de sus
obligaciones.
Cuentan que
de chico se levantaba en mitad de la noche y caminaba sonámbulo hasta el baño.
Sus padres se daban cuenta porque a la mañana siguiente, Roberto amanecía con
todo el rollo de papel higiénico enredado en el cuerpo.
Estos son solo algunos de los personajes del Tren del Terror que está en la cuerda floja. Bruna Marabunta quiere instalar Gallilandia justo en el tren donde los chicos guardan sus miedos.
Libro que pensamos, charlamos y escribimos junto a Silvia Schujer. Editado por Atlántida e ilustrado maravillosamente por Pablo Pino.